El momento (cultural) más feliz de… Carlos Madrid

Director de La Cabina

Identidad: La Cabina.

Antecedentes: Cine, cine, cine. Y que sea en el formato que sea. El cine impregnado desde la niñez en la envergadura de este caballero de altura.

Hecho relevante: Creador del festival de mediometrajes La Cabina, un certamen único destinado, como quien atiende a los que no encuentran su lugar en el mundo, a aquellas cintas que no son cortos pero tampoco largos. Nos encanta lo que hacen, su capacidad para contagiar entusiasmo con el cine por bandera.
 
Carlos Madrid tiene ese don: transmite. Podríamos dividir nuestra humanidad entre los que sí y los que no, los que son capaces de despertar interés simplemente esbozando un proyecto y los que no. Carlos es de los primeros, de aquellos que erigen -con sus manos y el apoyo de muchas otras- proyectos que son originales, que saben distinguirse y elevar el nivel de la ciutat.
 
Un creador de momento felices a punto de desvelarnos si instante cultural más satisfactorio. Desenfunde…
 
Fue viendo la película Ojos negros, de Nikita Mikhalkov. Es una escena sencilla y sutil. Romano (el inmortal Mastroianni) está sentado con Anna en el jardín de un balneario de aguas termales donde se han conocido. Cerca de ellos hay una piscina de barro de un metro de profundidad. Ellos conversan amigablemente y en otras mesas hay cinco o seis personas más.

En un momento dado, una ráfaga de aire se lleva por delante el sombrero de Anna, y hace que éste caiga en medio de la piscina de barro. Ella se lamenta. Mastroianni, con un gesto de tranquilidad, sonríe, se pone su propio sombrero y dice “Ahora vuelvo”. Enfundado en su traje blanco inmaculado de Piattelli, baja las escaleras de la piscina hasta meterse del todo en ella y camina con tranquilidad como si no estuviera poniéndose el traje perdido de barro. No se limita a coger el sombrero; junto a él hay unas flores, coge una amarilla y sale de la piscina con un pantalón que ha cambiado de blanco a marrón. Devuelve el sombrero a su propietaria, le regala la flor y le ofrece su brazo para acompañarla ante la mirada atónita del resto de pacientes del balneario (y del espectador, claro). La pareja se aleja hacia el edificio y Mastroianni, con la mayor serenidad del mundo, desea buenas tardes a los demás tocándose el ala del sombrero. Varios le saludan; algunos, incluso se inclinan.

Creo que no se ha podido ilustrar mejor la palabra elegancia”.

Lección: A veces para alcanzar la elegancia es necesario entrar en el barro. 

Foto: ?María Castillejo.
 

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