El momento (cultural) más feliz de…Eduardo Almiñana

Escritor y crítico literario, periodista por las mañanas, escritor por las tardes

IdentidadEdu Reptil.

Antecedentes: Ama bucear en las estanterías de las librerías, odia que le sancionen en la biblioteca por devolver los libros tarde y le gusta la música tropical…

Hecho relevante: Escritor y crítico literario, periodista por las mañanas, escritor por las tardes. Autor del libro de relatos Providence y de poemarios como Carne.

Eduardo Almiñana, rebautizado como Edu Reptil, trepa por los libros que lee. Me lo imagino rodeado de ellos. Consumidor feroz de páginas. Colabora en medios como Culturplaza, Bostezo, Ocimag… Y en esta ocasión, frente a nuestro espejo, le pedimos que eligiera cuál de todos había sido el momento cultural más feliz de su vida. Sí, fue ante un libro. Aquí empieza a contarse…
 
“Creo que todos tenemos una experiencia con la cultura que nos marca indefectiblemente, una relación con una obra que lo cambia todo. Mi idilio fue, como tantos otros, un enamoramiento rural de primerizo. Corría el verano del 98 y yo tenía diez años, disfrutaba del periodo estival que separaba cuarto y quinto de primaria en Bejís, un pequeño pueblo de montaña de la provincia de Castellón al que mi familia lleva yendo desde hace cuatro generaciones. Aquel año tuve la fortuna de conocer la biblioteca municipal, ubicada en un humilde piso sobre el lavadero. Mis padres me instaron a que me sacase el carnet y así lo hice; era grande y verde, con un gran cuño, sus esquinas de cartón acabarían deshechas en cuestión de unas semanas, porque siempre lo llevaba en el bolsillo. Poseer un documento propio me hacía sentir  tremendamente capaz e independiente.   
 
Rebuscando entre las estanterías de la biblioteca, topé sin querer con los lomos de una colección de Anaya; aquellos libros de tapa dura en series diferenciadas por colores tenían títulos que me llamaban la atención, especialmente uno de ellos. Recuerdo el gato asustado ante la visión de la Luna, la banda gris con la palabra 'intriga'. Lo sostuve entre mis manos mientras decidía si llevármelo o no; al abrirlo, un agradable olor a papel viejo se elevó hasta mí como un conjuro. En la sala no había nadie a excepción de la bibliotecaria y yo. Decidido a dar el salto a los libros de adultos, me dirigí al mostrador y me lo llevé. Durante el trayecto hasta mi casa, ubicada junto a las ruinas del castillo que corona el pueblo, no paré de contemplarlo con una mezcla de admiración y respeto. Drácula. Su tacto era áspero.
 
Creo que tardé doce días en leérmelo. Lo alternaba con mis quehaceres de niño en el pueblo: robar frutas con mi abuelo en campos ajenos -poca cosa, solo por vivir esa emoción de lo prohibido y por supuesto, para comérnoslas-, construir diques en las acequias, ir de excursión, cazar ranas -que un día fueron protagonistas de una aventura que sería para mí un anticipo del terror anfibio de Lovecraft que descubriría unos años después-, visitar la Cueva Santa, fisurarme la muñeca al precipitarme desde unas anillas en un parque infantil de Segorbe, jugar a la Game Boy. Leía siempre después de comer en una habitación con vistas a las montañas que me ayudaba a sumergirme en la inquietante atmósfera del castillo del Conde en el Desfiladero del Borgo, allá en los lejanos y fantásticos Cárpatos de mi imaginación infantil.
 
Descubrir que esta novela era mucho más que una historia de terror, perderme en su estructura elaborada mediante misivas, fantasear con sus pasajes eróticos, constatar que era realmente una historia de amor imposible y de pérdida; todo esto me impactó enormemente, me cautivó y me hizo buscar más de esa literatura que mis padres decían que ya podía leer y que continuo leyendo incansablemente hoy día, época de mi vida en la que he hecho de este pasión y de esta búsqueda mi oficio.”
 
Lección: A veces conviene dejarse guiar por quienes no tienen prejuicios, no tienen que posturear y son más libres que nadie. 

Por Vicent Molins.
 

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